cómo me encantan los conciertos de lamatumbá y qué especiales son siempre y qué gran noche ayer y qué bien que me vuelvo a llevar bien con las drogas y qué estupendo despertarme contigo y las cosas que hacemos, pelar patatas, cascar huevos, jugar con aceites, inventarnos universos uno detrás de otro como si la vida fuera plastilina y nosotros moldeasemos la realidad a nuestro antojo. somos pequeñas ratitas observándolo todo en una pantalla de cine y odiamos a los personajes femeninos de los soprano y tenemos conversaciones que nadie más que nosotros entendería. supongo que de alguna manera reinventamos el lenguaje, no es muy diferente de hablar gíglico o de cuando me domas y me das de beber y entras por todas las partes, por todos los poros donde nadie más que tú ha estado nunca y donde nadie más que tú va a estar jamás y si no podemos jugar al cíclope es sólo porque tu aliento no está en mi aliento, sino en mi nuca y sí, entonces el dolor es dulce, y esa instantánea muerte es bella, con la boca llena de peces y de flores y gritamos a dúo y me besas la espalda y yo te doy la mano y muerdo el brazo del sofá y está jodidamente bien, está jodidamente bien eso y el licor café y la sensación líquida y pegajosa que se me queda después, como si estuvieras enquistado en mis intestinos en vez de deslizarte despacito muslo abajo hasta el tobillo o llenándome la boca de vida hasta la garganta. entonces no necesito aire porque puedo respirar a través de tí.
siempre pasamos de toñito de poi, a pesar de que un doce de agosto te dediqué una canción suya.