interludio uno:
con la misma facilidad con la que se recoge una servilleta arrugada de la mesa entras en mis zapatos y me atas los cordones mirándome a los ojos y diciéndome princesa, este es tu zapato, eras tú, siempre has sido tú y nunca me había dado cuenta hasta después de estar tan cerca de tus piernas y de beberte entera de cada poro. mi princesa de agua, mi ninfa de río.
y hay algunas veces que lo único que importa es cómo usemos las membranas invisibles que han crecido entre nuestros pequeños deditos de duendes del ortigal. o la ceniza que cae sobre el teclado empapada en alcohol, o dos palabras, dos teclitas. el color azul siempre resulta relevante, con cuatro notas de fondo, rock de los sesenta probablemente. la piel empieza a deshacerse lentamente en una serie de letanías de cantos de pastores, la hierba creciendo en el ombligo, los versos escritos en los antebrazos —ho bisogna di te non c’é le spazio ponte melvio ouk sofrosine ejo — empiezan a fundirse despacito sobre la luz rosada del atardecer. cuatro de la tarde, la toscana, los cigarrillos liados con promesas y palabras bellas se consumen despacito en un platito de cerámica negra y otra vez me miras, cuento todas tus pecas en ese instante interminable y me vuelves a bautizar cada rincon de mi cuerpo con doscientos nombres imposibles.
interludio dos:
una palabra repetida incesantemente en silencio: e v o h é . e v o h é . los labios cosidos con hilos de cobre y descendiendo de los lagrimales un fluido denso y plateado. banda sonora: hidden place. björk.
en cualquier caso, por debajo de este bosque sonoro corretea un perrito yorkshike con un cascabel perlado de incienso. se reflejan en sus pequeñas pupilitas de animal sin alma una luz como de cementerio, medianoche: la niebla, una nube cortando la luna, un ojo sesgado del que salen peces, flores, bonsais gigantescos. nosotros los miramos, nos abrazamos, reímos histéricos llenos de locura y presos de un temblor aguijoneante que nos hace sacudirnos el uno sobre el otro como enredaderas en el viento, los brazos entremezclados, la piel quemada de tanto calor ardiendo junta por fin en una hoguera tétrica y febril como si fuera samaín en todo el hemisferio sur. la estrella polar brilla en nuestros sexos, sudamos. sólo somos uno. no hay tregua. hemos rajado todas las tumbas a base de presión y de la tierra manan rosas como si fueran gotas de rocío, llenas de sangre y arañazos y ampollas de catarsis como racimos de uvas.
y así fue como te prometí que iba a ser tuya para siempre. a partir de una mañana de lluvia ácida. así como el agua no significa, si no que es, nosotros tampoco significamos: nos existimos.